Al terminar la recogida de la hierba, las casas omañesas se preparaban para segar y majar el pan. En las tierras del “solano”, las orientadas al sur, el centeno ya madurado esperaba que los segadores llegaran con sus hoces para segarlo a mano. En esta dura labor participaban por igual mujeres y hombres, que, encorvados, trabajaban a pleno sol, cuando la espiga estaba seca del rocío mañanero. Era una tarea exigente para la que había que pertrecharse bien tapado en piernas y brazos para no pincharse, que rompía los riñones y que suponía un peligro cuando aparecían las temidas víboras y su veneno.
En puñados que hacían forma de “llave” o “chaviadura”, las manadas se depositaban en montones o “gavillas”, que se ataban con el “cevillón” formando “morenas” de hasta 40 manojos. Cuando terminaba la siega, se llevaba en el carro, armado con los “tadonjos”, hasta la era, donde se apilaba en las “facinas” con las espigas hacia dentro, para evitar que se mojara el grano.
Una labor comunal
Cuando terminaba el “acarreo” comenzaba la maja. Toda una fiesta de la comunidad, ya que las familias colaboraban unas con otras y celebraban bailes y comidas de hermandad.
Hasta que llegaron las primeras máquinas de majar, esta labor se hacía a palo, a “porro”. Los hombres se colocaban en grupos de cuatro, dos a cada lado, cogían el palo por su lado más corto, el “manal” o “manueca” e iban descargando golpes con el más largo, el “piertio” o “piértigo”, sobre las espigas, hasta que quedaban desgranadas.
Una vez terminado de desgranar se hacía la “limpia”, levantando el “muelo” al aire y separando el grano de la paja por su propio peso. Luego se cribaba con la “ceranda”.
Finalmente se iba pesando con los “cuartales” y llenando las “quilmas” de lino, que pesaban aproximadamente una “fanega”, sobre 41 kg. Las quilmas se guardaban en las paneras hasta que se llevaba a moler al molino y se convertía en la preciada harina de las hogazas omañesas.
¡Aún suenan los piertios en Omaña!
Mira cómo se molía el grano en el molino para obtener la harina